La cuestión nacional en España y su rol en la izquierda actual sigue siendo un tema no asentado y repleto de eclecticismo. Tomaremos la definición de nación de Stalin:
«Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en una comunidad de cultura.»
Esencialmente, la nación es un ente histórico a la que le corresponde un territorio, un idioma, y una cultura, que agrega a una comunidad humana. La nación tal y como la entendemos hoy es un producto de la pugna ideológica del liberalismo contra las ideologías feudales y/o absolutistas hacia el final de la eclosión del capitalismo y su ascenso revolucionario. Por lo tanto, la nación tiene un comienzo, una historia, y un fin. Para entender a las naciones periféricas dentro del estado español, primero se debe entender cómo se forma la nación española.
El comienzo de una nación española se puede trazar a los Decretos de Nueva Planta de principios del siglo XVIII, promulgados por la dinastía de los Borbones después de ganar la guerra de Sucesión a los Hapsburgo. Los Decretos de Nueva Planta, esencialmente abolieron las estructuras feudales que habían unido a "España" mediante una unión de reinos con distintos derechos y deberes, como el reino de Castilla o el reino de Aragón. Al abolir esa estructura, se centraliza el poder del estado en la corona de Castilla, que ahora subsumía a sí todo el territorio antes perteneciente a otros reinos exceptuando al del Navarra. Es aquí, con la abolición de la mayoría de instituciones feudales, cuando comienza el proceso del reformismo borbónico y centralización que marcará el camino hacia una nación española, en un sólo estado.
El comercio y la clase asociada a éste entra en contradicción con los legados feudales, como las diferentes monedas locales y las aduanas interiores, aspectos que uno a uno son aplanados por la apisonadora reformista borbónica, un proceso que empieza a coger velocidad y fuerza después de la Guerra de Independencia y su revolución burguesa a principios del siglo XIX, en el que la constitución de Cádiz de 1812 y la vuelta al trono del absolutista Fernando VII otorga al liberalismo de fuerza, popularidad y algo contra lo que cargar. La constitución de 1812, curiosamente, fue y en algunos aspectos sigue siendo la constitución más liberal jamás escrita en España, otorgando libertades a la burguesía de las que nunca más han gozado.
Casi todo el siglo XIX fue una gran batalla campal entre el impulso liberal y la reacción feudal, una con muchos tiras y afloja, más notablemente las 3 Guerras Carlistas que culminó en la Restauración Borbónica tras el fracaso de la I República en 1874. La vuelta al poder de los Borbones en un país ya más modernizado y con una industria más asentada fue el culmen de la formación superestructural del estado español, sentando casi definitivamente los debates sobre la forma que debe tomar ese estado. La decisión de una monarquía parlamentaria en vez de una república, y la decisión de un estado más o menos federal pero tampoco unitario, fue la unificación de la burguesía española, si bien en contadas ocasiones sectores de esa burguesía abandonaron su apoyo a esas formas por diversas razones.
Muy a grandes rasgos, una vez vista el orígen y el desarrollo de la nación española como entidad hasta su consolidación, se puede entender mucho mejor el nacionalismo catalán, el vasco y el gallego.
En estos tres casos al menos, que son los más fuertes y relevantes dentro del mosaico de lenguas y culturas dentro del estado español, las contradicciones entre las instituciones feudales y el impulso hacia la liberalización de la economía, la transición violenta y reformista hacia el capitalismo, fueron las que motivaron a unos sectores de la burguesía a demandar más o menos velocidad en esa transición.
La burguesía de Cataluña, uno de los primeros sitios en España en consolidar una industria y ferrocarril en torno a la industria textil, favoreció la implantación de medidas librecambistas y un estado completamente federal, pero dentro del mercado nacional.
La burguesía vasca, perteneciente a una región considerablemente industrializada y en el que las instituciones feudales se mantuvieron durante más tiempo debido a la preservación del reino de Navarra durante ese primer desmantelamiento del feudalismo, favorecía el proteccionismo frente a los productos agrarios de otros países como Francia o Inglaterra, y también favorecía el retorno o mantenimiento de los privilegios financieros y económicos que otorgaban los fueros durante el feudalismo. La burguesía vasca, sin embargo, no tuvo problema con usar su producción industrial para apoyar a la supresión de las guerras por la independencia en Cuba, incluso llegando a llamar a la «unidad española».
La burguesía gallega no experimentó tanto una toma del poder propia sino una integración de las instituciones y poder feudales ya presentes en la economía capitalista, algo que empobreció a esa clase y más a largo plazo frenó el desarrollo de la región.
Estos descontentos con la política económica del estado español fraguó la contradicción interburguesa de esas regiones, propiciando el desarrollo desigual inherente al capitalismo una diferenciación económica además de la lingüística y cultural. El «fuerismo» en Euskadi, el «abandono» en Galicia y la «opresión» en Cataluña fueron las armas retóricas tomadas por las burguesías nacionales, explicando el desarrollo desigual y las contradicciones entre el feudalismo y el capitalismo mediante esos razonamientos. Estas tres burguesías apoyaban una reconfiguración del Estado como había sido anterior a los Decretos de Nueva Planta, y generaron un regionalismo reaccionario. Los programas culturales que surgieron en el siglo XIX con el objetivo de estimular o rejuvenecer el uso de las lenguas periféricas, «recuperarlas», fue en casi todos los casos financiada por sus respectivas burguesías, incluso teniendo simetrías entre sí. La Renaixença en Cataluña y el Rexurdimento en Galicia fueron movimientos para la «recuperación» de la literatura en sus respectivos idiomas, financiados por sus burguesías y que produjeron un contenido ideológico referente a un pasado perdido e independiente que se tenía que recuperar.
El vasco no disfrutó de este tipo de programas como otras lenguas porque el trabajo de estandarización de su gramática y sintaxis continuó adentrado el siglo XX, por las características del desarrollo del vasco como lengua en una serie de valles y pueblos que produjeron una multitud de dialectos y diferencia dentro del paraguas del vasco. Esto no significa que el nacionalismo vasco careciese de un impulso ideológico, Sabino Arana, el fundador del PNV, también era escritor y en general se refería a un pasado que había que recuperar, incluyendo los privilegios forales del feudalismo.
El proletariado no estaba estático en esta época tampoco, y la contradicción entre la patria del trabajo y la patria del capital se dio simultáneamente a la propia creación de la patria del capital, y la huelga minera de 1890 fue el primer gran exponente de la lucha de clases en España, alrededor de los años de la fundación del PSOE, siendo el segundo partido socialista más antiguo del mundo, después del SPD alemán.
La pérdida de las últimas colonias realmente productivas, Cuba y Filipinas, en el desastre de 1898, fuerza a la apertura del país al capital extranjero, concentrado en Cataluña, Asturias y Vizcaya, estimulando a su vez el desarrollo del capital financiero Español, y la burguesía, sea española o periférica, incrementa la explotación sobre las clases revolucionarias. En la mayoría del transcurso del tiempo en estos años, las burguesías nacionalistas no llegan a cuestionar la propia existencia del estado, sino una mejor posición dentro de el, ya sea mediante privilegios y proteccionismo, mayor libertad del mercado o una mayor iniciativa por financiar por parte del estado. Otra consecuencia del desastre del 98 fue que permitió a la burguesía en general a tomar una posición retórica y política muy beneficiosa, la del victimismo y la de la autopercepción de España como un pais de segunda o un estado fallido, una percepción que sigue bien viva hoy en día, a pesar de pertenecer ya desde antes de 1898 al rango medio-alto de la pirámide imperialista. Sin embargo, la fase imperialista del capitalismo como la identificó Lenin en esta época solo termina de cristalizar en España para principios del siglo XX, una vez que el capital industrial se concentra en las manos de unas pocas familias junto al capital financiero.
La influencia de ese victimismo y de ese antagonismo inter-burgués caló y sigue calando en la clase obrera del país. La perspectiva del nacionalismo Catalán de ser oprimido y de rechazar toda centralización del estado sin duda tuvo una gran influencia para el triunfo del anarco-sindicalismo una vez llegó el movimiento obrero a España plenamente, y la tendencia ultra-reaccionaria del nacionalismo vasco ha producido tales ideologías como la síntesis entre el comunismo y la reivindicación de los fueros feudales dentro del partido Carlista que sigue existiendo.
Quiere todo esto decir entonces que la opresión de las naciones periféricas, su perjuicio en el desarrollo del capitalismo español y el chovinismo español fue un invento de la burguesía catalana y vasca? Por supuesto que no, y sin una base cultural y lingüística de la que partir, sin un descontento real entre la clase obrera de la que tirar, y sin el esfuerzo financiero de moldear la recuperación de la literatura en torno a sus demandas ideológicas, el discurso nacionalista no habría tenido el peso que ha llegado a tener. Pero hay que reconocer que la nación como concepto y justificación ideológica es un producto de la pugna entre el capitalismo y el feudalismo moribundo del siglo XIX, una manera que consiguieron las burguesías desaventajadas por el desarrollo desigual inherente al capitalismo de conseguir apoyo popular a sus demandas para una mejor posición en el capitalismo de su estado y en el capitalismo imperialista.
El nacionalismo español, que sí ha gozado de un estado propio, también es un producto de la burguesía española usada para convencer a la clase obrera de sus demandas, y que, siguiendo la lógica de la nación-estado, ha implementado una opresión a esas lenguas y naciones periféricas, llegando hasta el impulso de eliminarlas por completo como se dio durante el franquismo. Pero ni la nación Española es inherentemente opresiva, ni son las naciones vasca, catalana, gallega y demás inherentemente liberadoras o progresistas. El estado actual del reparto del poder ha sido un simple producto de qué nación dispuso del mayor poder político, económico y demográfico en el periodo de su constitución como nación. Si, de la manera que fuese, hubiese sido la nación catalana la que se expandiese por una mayoría de la península y hubiese comenzado a centralizar el estado en torno a Barcelona en vez de Madrid, hoy en día se replicarían unas dinámicas parecidas entre la nación que ostenta el poder político y las que no.
De nuevo, la nación es un ente capitalista que sólo pertenece al periodo de hegemonía del capitalismo. Si los comunistas queremos una revolución que acabe con ello, también se debe prescindir de la nación-estado como forma de configuración de la maquinaria de dominación de una clase por otra.. Sin embargo, esta no ha sido siempre la posición que han llevado los comunistas en España.
Cuando se funda el PCE como sección española de la internacional comunista en 1921 (PCE-SEIC), uno de los análisis que le es transmitido por la Internacional es el de la cuestión nacional. Después del VI Congreso de la Internacional, clasifican a los países en tres categorías. En los que el capitalismo está completamente desarrollado, en los que está semi desarrollado, y en los que no está desarrollado. España, pese a ya para entonces estar completamente integrada en la cadena imperialista y llevando acabo campañas imperialistas en Marruecos, fue clasificada como un país en el que el capitalismo estaba semi desarrollado, debido a un mal análisis por parte del PCE y por falta de información en la URSS. A raíz de esto, se equipararon las dinámicas imperialistas entre España y Marruecos, el Sáhara o Guinea ecuatorial con las dinámicas entre España y Cataluña, Euskadi, etc. De cierta manera, la Internacional pecó de aplicar la plantilla de la URSS, que venía de una Rusia Zarista en la que las naciones internas sí sufrían procesos imperialistas y coloniales, a España. De nuevo, no es que la opresión sufrida por las naciones periféricas no existiese, pero pertenecía y pertenece a un mecanismo distinto del imperialismo-colonialismo.
Este error en el análisis, de cierta manera, debilitó al PCE y facilitó el golpe de estado de 1936 y la guerra civil. Ni el campesinado gallego ni la burguesía vasca y catalana se opusieron al golpe de estado, en contraste con los focos bien proletarizados y con presencia del PCE y otros partidos y organizaciones similares. Para la vuelta a la «democracia» y su legalización, el PCE aceptó por completo el autonomismo como la forma que apoya para el estado, conjunto a sus otras mil derivas reformistas y eurocomunistas. Todo esto significa que el PCE, como mayor representante histórico de la lucha obrera en España, nunca ha hecho un análisis en condiciones de la cuestión nacional. Lo que nos lleva a mi posición como comunista en la actualidad y el estado de la cuestión nacional en la izquierda.
Como ya adelanté antes, se debe dejar a la nación donde pertenece, al periodo revolucionario del liberalismo y a las diversas formas que tiene el capitalismo de sustituir a la patria del trabajo por la patria del capital. Partiendo de bases internacionalistas, cómo se puede apoyar la independencia catalana? Apoyar la división del proletariado en un estado más? Apoyar los intereses de una burguesía catalana que lleva más de un siglo usando las estrategias del nacionalismo para conseguir una mejor posición en la cadena imperialista? Yo no deseo la división del proletariado en este país, no por chovinismo español, sino por una cuestión de entender que la reconfiguración de las fronteras entre instituciones capitalistas nunca le va a hacer un favor a nuestra clase, porque no es el interés que tiene la clase trabajadora. Su interés es la unión de todos los proletarios del mundo en un sistema que no radique en la explotación del hombre por el hombre. Sin embargo, hay que partir de la situación actual, que es una situación de división del proletariado más o menos a lo largo de líneas nacionales, divisiones que causan en el capitalismo un desarrollo desigual, y que por tanto causan unas condiciones distintas que en el resto del mundo.
De todo lo anterior, surge la primera y más fundamental de las posiciones comunistas sobre la cuestión nacional: Una revolución de forma nacional pero de contenido internacional. De aquí también surge la segunda posición: En toda España, defender la férrea unidad de la clase obrera frente todo nacionalismo que la divida, sea español o no. Sin ignorar la opresión real que ha sufrido el proletariado de las naciones no españolas, y reconociendo que la cultura en sí no tiene un carácter capitalista, se llega a la última pero no menos importante conclusión. La protección de los derechos lingüísticos y culturales es inseparable de la estrategia y programa comunista.
Por desgracia, esta no es ni de lejos la única ni la más numerosa posición respecto a la cuestión nacional en España. Es más común que muchos en la izquierda abracen el nacionalismo periférico, cometiendo el mismo error que cometió el PCE y la IC hace 100 años, nacido del mismo impulso retaguardista que lleva a algunos comunistas a abrazar a ciertas formas de la reacción para abarcar a más miembros de la clase obrera. El Frente Obrero, por ejemplo, ha decidido que, si la clase obrera es homófoba, tránsfoba y racista, ellos tienen que ser los más homófobos, los más tránsfobos y los más racistas. La izquierda que abraza al nacionalismo hace el mismo ejercicio. Si la clase obrera en mi región es nacionalista e independentista, entonces tenemos que ser los más nacionalistas y los más independentistas.
Esto es lo que, por ejemplo, ha ocurrido en la organización más nueva del movimiento comunista español, el Movimiento Socialista, y su infinidad de sub-organizaciones concorpóreas. Como ha crecido mediante la incorporación de asociaciones, organizaciones y movimientos enteros de golpe, es, en estos años, la entidad más ecléctica en el movimiento comunista español. Esto le ha impedido tomar ninguna posición concreta, excepto la correspondiente a la cuestión nacional. Decidió apoyar todo impulso regionalista o independentista mínimamente significante, una decisión poco sorprendente teniendo en cuenta sus raíces en la izquierda abertzale. Consecuentemente, todo elemento considerado «chovinista», incluyendo al federalismo, restante, fue expulsado de la organización.
Existen otros movimientos regionalistas en España, más pequeños, casi tantos como hay comunidades autónomas. Estos, por varias razones, nunca desarrollaron una burgesía lo suficientemente robusta o distinta para que sus respectivos movimientos regionalistas tomasen la relevancia política que los de Cataluña y Euskadi. Los objetivos de estos otros movimientos regionalistas son más parecidos a los de Galicia. Los asturianos, predominantemente, se sienten asturianos primero, y españoles segundo, siempre parte del país, pero como una parte distinguida, con su propia llingua e historia. Los regionalistas de Extremadura, por otro lado, sienten un abandono, y una de las demandas más relevantes es la construcción de mejores vías ferroviarias y rodadas, dentro de Extremadura y para conectarla con el resto del país. Como último ejemplo, Andalucía tampoco carece de sentimiento regionalista, y, aunque es similar al asturiano, hay un notable, aunque pequeño, número de independentistas.